sábado, 12 de junio de 2010

Caminante azorada

Caminante azorada

Cobijada muy al sur de los sonrojos,
la vida en alto, el amor me asedió,
como una enredadera.
Consumía la tarde sus faroles hirvientes;
claveles de deseos, como malignos duendes
cabalgaban la oscura piel de aquel enero.
Efusivas pitonisas de la miel
abocetaban umbrosas profecías
en el sitio donde el cereal repuja sus manjares,
entre el perfume abrasador de los jazmines.
Caminante azorada, me deslicé, desnuda,
sobre los miedos y el sueño; aprendí los rituales
entre los hados de la tierra
que trepidaban, ocultos,
bajo la sangre pretérita y futura.

Y siempre, y después,
entre mantillas de lino, un druida levantisco
cercenó la diadema; y la leche blanda y dulce,
fue un pocillo de flujo
en la turgencia de los sentidos.

Y los ojos quedaron encendidos,
como advenedizos coágulos
pulsando el edredón de las acuosas confidencias.

Descalza, y ya sin ritos,
aferrada la voz sobre la puya
de un lento alborear de radas solitarias,
y en charcos, donde los vertebrados pliegues
de un calendario inmóvil,
-a la misma hora de una misma siesta-
bajo el disonante concilio estival,
un mórbido silencio, inmenso, tieso,
con estertores de soledad, con una lágrima
hizo expirar de frío, todo un feudo de sol.

Lidia Lobaiza
Obra: Gotas de mi savia



Cántame ahora, que tengo los oídos limpios de tristezas,
tócame ahora, cuando el sol ilumina la piel que morena florece,
huéleme ahora, que estoy dispuesta a anudar un pimpollo a mis arrugas,
con mis branquias azules como un trozo de cielo;
ríeme ahora, cuando el violín de los cerezos se afina en el rocío;
siémbrame ahora, que soy surco de carne y alegría,
brote de fuego entre el verde tradicional de los helechos.

Cantos de jade empujarán mis bríos, enfrentados hacia un rumbo nuevo,
mis mejillas se elevarán al sol, como una ofrenda.
Que estoy de estreno, mi pelo con telarañas blancas, y los ojos abiertos, sin el velo.
Ahora que mis pechos son blandos- succionadas naranjas de la siesta-
me alienta una estridente algarabía de gorriones,
encaramados de amor sobre las ramas, dibujando en mis manos una fiesta.

Por eso te lo pido:
Cava mi boca con tu osada lengua de camalote y río;
píntame toda de gramilla y trébol,
y llevame en tus brazos al escondite de violetas umbrías,
con sólo una caricia.
Que bien puedo escribir un alegato:
MI DERECHO A LA LUZ,
allí, donde la noche se convierte en día ,
y el horizonte tan parecido a un límite, prosigue su camino,
sin poder alcanzar jamás una utopía.


Lidia Lobaiza
Del libro: Regreso a las alas

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